[Este el texto con el que intervino Alfredo Moreno (39escalones) durante la presentación de La mirada del bosque, de Chesús Yuste, en Zaragoza el 21 de septiembre de 2010.]
La mirada del bosque está llena de cine. Aunque, más que de cine, casi cabría hablar de una serie de televisión: hay personajes, situaciones, historias, que sólo se apuntan, que piden un desarrollo mayor, una extensión natural en forma de secuelas o de saga a lo Harry Potter… También en la forma, porque La mirada del bosque es un libro muy visual, sus descripciones casi son descripciones de planos, de imágenes situadas en relación con el lector-espectador: primeros planos, planos de detalle, planos panorámicos… Pero, hablando de cine, lo que salta a la vista nada más abrir La mirada del bosque como un Alien es El hombre tranquilo (1952), de John Ford. Está de moda en la actualidad decir del cine de Ford que es fascista, cuando probablemente se trata del mayor poeta de la imagen de la historia del cine y del más importante cronista en imágenes de la historia norteamericana. Cabe preguntar a quienes opinan que el cine de Ford es fascista cuál es su opinión de las películas de James Cameron o de Mel Gibson… Era una luminosa mañana de junio… El inicio de La mirada del bosque asume ya en parte la atmósfera fabulística, mágica y costumbrista de El hombre tranquilo, ya vista en clásicos como Pasaporte para Pimlico (Harry Cornelius, 1949) o Whisky galore (Alexander MacKendrick, 1949), y que está presente en sus rincones mágicos, sus personajes pintorescos, su aire tradicional: las apuestas en torno a quién detendrá primero la policía, las cervezas, las canciones, el humor (la escena del molino, la relación de los policías, la escena de la playa), el cura como depositario de secretos, el momento en que a un personaje se le ocurre preguntar el camino a seguir para llegar a un lugar, como le sucede al bueno de John Wayne, al que le montan un congreso en la estación de Castletown para determinar por dónde se va a Innisfree. O el hecho de que Emily sea pelirroja, que recuerda el momento en que Michaleen (Barry Fitzgerald) habla de Mary Kate Danaher (Maureen O’Hara) en estos términos: “una pelirroja con todas sus consecuencias”. En la secuencia de la carrera hípica, cuando habla del triángulo amoroso de un hombre con dos mujeres, y añade solemne: “y una de ellas pelirroja”. La comunidad se nos presenta por los ojos de un recién llegado, llegada en este caso, la doctora Collins, como en El hombre tranquilo, y también en las películas que han emulado su estilo y su estructura, como Un tipo genial (Bill Forsyth, 1983), aunque ambientada en Escocia, de la que casi todo el mundo recuerda la música de Mark Knopfler, o la irlandesa Despertando a Ned (Kirk Jones, 1998), en la que el pequeño pueblo se muestra a través de la mirada de un empleado del organismo de loterías. Es por ella por lo que vamos conociendo y observando el comportamiento y los hechos que suceden en el pequeño rincón de Irlanda en que se sitúa La mirada del bosque. Pero se trata de un Innisfree mayor de edad, madurado, que ha perdido la inocencia en el transcurso de las décadas. La poesía, el paraíso idílico, ha dado paso al lado oscuro, al crimen.
Un crimen visto con los ojos de Alfred Hitchcock, a cuya película Pero… ¿quién mató a Harry? (1955) parece referirse la última línea de la introducción, del primer día de narración: ¿pero quién mató a Emily Donohue? Un lugar tranquilo, plácido, donde a veces resulta más fácil y terrible cometer un crimen brutal que en pleno campo de batalla, y un detective colectivo que intenta esclarecer el misterio del cadáver que aparece en el bosque. Lo que le interesa al maestro Hitchcock es la idea del paraíso costumbrista y el crimen tras las cortinas, perfectamente reflejado en la escena de Frenesí (1972) en la que, mientras en el mercado se compra y vende fruta y verdura, tras las ventanas de la casa de atrás se está cometiendo un asesinato. Esa realidad sórdida oculta bajo la alfombra también se encuentra en La mirada del bosque. Una realidad que recuerda al cine de Ken Loach, de Neil Jordan, de Jim Sheridan, películas en las que la vida cotidiana convive con el conflicto político, el terrorismo o las pequeñas mafias de barrio, un mundo en que el tendero, el cartero, el barman, pueden ser del IRA o confidentes de la policía, o intervienen en negocios sucios que todo el mundo conoce y sobre los que guarda silencio.
Ello conecta igualmente la novela, en cuarto lugar, con el cine clásico de frontera, en particular, ya que el cine más prolífico en este aspecto es el de Hollywood en relación con la frontera mexicana, con películas como Sed de mal (Orson Welles, 1958) o Lone Star (John Sayles, 1996), en las que la ciudad fronteriza, el contrabando y el trasiego constante de personajes, mercancías y dinero, sirve como metáfora de la línea que separa el bien y el mal, de la facilidad con que esa línea puede cruzarse y de la extrema dificultad que existe en regresar al punto de partida.
La mirada del bosque cuenta también con su propia banda sonora; la música está presente prácticamente en cada página, desde la música culta del festival de Eurovisión a jóvenes principiantes como Beethoven o Händel, pero también en los cantos del funeral, las canciones cerveceras del pub, la discográfica de Dublín, los altavoces que emiten música durante los actos electorales… Quizá falte únicamente el tema irlandés en el cine de John Ford o de otro ilustre irlandés, Raoul Walsh, Garry Owen, esa canción que, como le sucediera a Woody Allen con Wagner, da ganas de invadir Alabama… En particular, resulta un empleo muy cinematográfico de la música la presentación del magnate McHugh, con un recorrido narrativo del exterior al interior de su castillo con música de Händel que recuerda al Charles Foster Kane de Orson Welles y a su Xanadú (y no al de Olivia Newton John) en Ciudadano Kane (1941).
Otros pasajes de la novela despiertan reminiscencias cinematográficas, en particular, la historia de amor de la profesora retrotrae a La calumnia (William Wyler, 1962), la celebración del Bloomsday obliga a acordarse de Dublineses (John Huston, 1987) o de Nora (Pat Murphy, 2000), el caso de abusos sexuales a niños cometidos en una institución religiosa y el pacto entre autoridades, policías y obispos para enterrar discretamente toda investigación de los hechos enlaza con Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan, 2002) y, finalmente, el personaje de Bríd y ese bosque que mira, siente, suspira y susurra remite directamente al panteísmo, la creencia en la naturaleza, dios y el universo como un ente único, puesto en imágenes por Akira Kurosawa en clásicos como Rashomon (1950) o Dersu Uzala (1974).
Todo ello reflejo de un cine poseedor de mirada propia, algo tan ausente de las carteleras actuales. Como dice el padre Caoimhghín, la mirada revela todo de nosotros. Lo más íntimo aflora casi sin quererlo. Sólo hay que estar atento. Es lo que ocurre con el buen cine y también con La mirada del bosque.
Estupendo texto el que nos ofreció, Alfredo. Además he podido comprobar que todo lo que dijo es cierto.
para internarse en su búsqueda,
magnífico amigo.