St. George’s Market y 8 razones más para comer y beber en Belfast

[Del blog El Comidista de Mikel López Iturriaga en El País.]

St. George’s Market y ocho razones más para comer y beber en Belfast

Mikel López Iturriaga | 15 de octubre de 2014 | El Comidista | Blogs EL PAÍS

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Ni barras de pinchos gourmet. Ni panaderías pijas. Ni fruterías que parezcan joyerías. Ni apenas turistas. El St. George’s Market de Belfast se ha salvado de esa plaga que azota a buena parte de sus hermanos en Europa -especialmente en España-, por culpa de la cual cada vez es más difícil encontrar mercados históricos de comida que no se hayan convertido en desnaturalizados centros para tiendas de delicatesen, bares sin sustancia y guiris de espíritu. Algo que, para un edificio con más de 120 años de vida a sus espaldas, premiado este año como el mejor del Reino Unido, puede considerarse todo un hito.

El único superviviente de los mercados victorianos de esta ciudad, más famosa por los atentados del pasado que por su pacífico presente, sigue pareciendo un lugar agradable al que yo vendría a aprovisionarme de fruta, verdura, pescado, carne, queso, café o té si viviera aquí. Cuenta con 170 vendedores, sólo abre de viernes a domingo y no le faltan puestos de comida preparada, pero casi todos tienen el encanto de lo pequeño, además de una bendita falta de pretensiones. En definitiva, no es el Mercado de San Miguel en versión Ulster, sino un espacio donde la gente de a pie hace la compra, toma algo oyendo música en vivo -también hay actuaciones- o echa la mañana sin dejarse un pastón.

St. Georges Market ha vivido mucho de lo bueno y lo malo que ha ocurrido en Irlanda del Norte desde su fundación en 1890. Se creó para dar respuesta a las necesidades de aprovisionamiento de los trabajadores del lino, el whisky, los cigarrillos y otras industrias que convirtieron a Belfast en la urbe puntera en la que se construyó el Titanic. En 1941 sirvió de morgue para algunos de los muertos en el bombardeo alemán del Martes Santo, y en los ochenta estuvo a punto de echar el cierre por sus altos costes de mantenimiento. Tras su renovación en 1999, el mercado se ha beneficiado del fin de los troubles o «problemas» -así es como le llaman aquí al conflicto armado entre el IRA, el ejército británico y los paramilitares, que dejo más de 3.500 muertos-, y aunque está en una zona de predominio católico, por suerte la división entre unionistas y republicanos se ha diluido en su interior.

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Panazos, tés y bacalaos ahumados. / AINHOA GOMÀ

¿Qué maravillas se pueden encontrar aquí? Como en toda Irlanda del Norte, las carnes sobresalen como producto obligatorio. Si tienes dónde hacerlas, no te deberías perder por nada del mundo las salchichas de Hillstown, una granja a sólo 40 kilómetros de Belfast con puesto en el mercado, porque son de las mejores que he probado en mi vida: finas, sabrosas pero nada grasientas, y con la portentosa capacidad de deshacerse en tu boca. Si no, el puesto de al lado vende bocatas de carne con un aspecto estratosférico.

El pan y la bollería es otro punto fuerte de la gastronomía norirlandesa, y uno no se puede marchar de aquí sin probar el soda bread, el pan de patata o los prodigiosos scones, de origen escocés pero omnipresentes por estas tierras. Los wheaten farls -primos integrales de los scones- llenarán de felicidad a cualquier panarra, lo mismo que el Belfast bap, un pan creado por un panadero filántropo durante la brutal hambruna que azotó Irlanda a mediados del siglo XIX (más muertos, ésta vez un millón). Los puedes encontrar en Barley Cove o en Ann’s Pantry of Larne, donde también venden fifteens, una guarrerida dulce riquísima elaborada con 15 galletas, 15 nubes, 15 guindas y 15 centilitros de leche condensada y 15 de todo lo hiperglucémico que pilles por ahí.

Para los que no quieran morir de sobredosis de azúcar, los puestos de fruta y verdura ofrecen variedades locales como la manzana armagh y su delicioso zumo, las damsons (ciruelas de Damasco) o las scallions (cebolla de verdeo), mientras que en los de pescado te dicen «cómprame» unos anaranjados filetes de bacalao ahumado poco vistos por España. Si después de tanta comida necesitas estimulantes, no hace falta que busques un camello: pasa por el puesto de Suki Tea, donde encontrarás un té excelente, o por el de S. D. Bell, el más antiguo tostador de la capital, donde encontrarás un café… digamos que muy irlandés.

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Colorinchis hortofrutícolas. / AINHOA GOMÀ

Seguramente Belfast no es un centro gastronómico mundial, ni tampoco la ciudad más bonita del universo. Pero posee el encanto de los sitios no invadidos por el turismo, y además la historia le ha obligado a manterer sus particularidades. A causa de los troubles las grandes cadenas de alimentación y restauración no entraron en Irlanda del Norte hasta hace relativamente poco, gracias a lo cual esta región aparenta estar algo menos globalizada que muchas otras de Europa. Y aunque no haya destacado nunca por la exquisitez de su comida, cuenta con una capital en la que, además del St. George’s Market, no faltan tiendas, productos, restaurantes y pubs más que apetecibles. Ahí van algunos.

Deanes Meat Locker: carne de otro mundo

No siendo un gran fans del chuletoncio, disfruté como un vegano ante una hamburguesa de seitán en este restaurante. Allí se sirve una de las mejores carnes de vacuno del planeta: la de Hannan Meats. Esta marca madura sus piezas hasta 72 días en cámaras cuyas paredes están hechas con 17 toneladas y media de ladrillos de sal del Himalaya. Sé que suena a chorrada gourmet, pero os aseguro que la textura y el sabor del producto son excepcionales. Según nos explicó el dueño, Peter Hannan, la pureza de esta sal logra que un determinado tipo de bacterias buenas actúen sobre la carne haciéndola más tierna y gustosa, a la vez que inhibe el desarrollo de las malas que la descomponen. «También hay que decir que ése no es el único factor, y que son igual de importantes la humedad, la temperatura o el flujo de aire», asegura Hannan. «Eso sí, lo de la sal nos da muchos titulares».

The Dock: el café donde pagas lo que quieras

En el Titanic Quarter -zona de astilleros de Belfast rebautizada con este nombre para atraer al turismo- se encuentra un café cuyo concepto no puede estar más alejado de la tradicional trampa para turistas. The Dock es una especie de generador de comunidad de barrio en el que se celebran toda clase de actividades sociales. También es una galería a través de la cual los artistas locales pueden vender su obra. Y también un lugar donde rezar, con un jardín dedicado al culto y a las charlas sobre religión. Por si todo este batiburrillo no fuera suficientemente original, en el café puedes tomar tu propia comida, y pagar lo que quieras por lo que consumas en él depositando el dinero en la honesty box («caja de la honestidad»).

The Garrick: cerveza y ‘champ’

Puede que The Crown sea el pub más famoso y bonito de Belfast, y desde luego vale la pena pasarse por allí. Pero a quien busque una experiencia un poco menos conocida, le recomendaría The Garrick, un lugar perfecto para conocer todas las cervezas artesanas locales que tu organismo pueda asimilar. Allí puedes practicar la muy besfaltense costumbre de pimplarte una birra mientras picas un champ, fastuoso puré de patatas con scallions. Y aprender, ejem, historia, ya que el pub data de 1870.

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Viva la beer. / AINHOA GOMÀ

Sawers: el colmado norirlandés

Sawers es el clásico ultramarinos en el que te podrías quedar a vivir. Una imponente selección de quesos, embutidos y fiambres convive con toda clase de salsas, galletitas, dulces y otros productos envasados de aspecto delicioso en este local de 1897. Muchos son importados, sobre todo de Italia, pero también hay género local de alta calidad. Su feta con salsa de chile dulce es de esas mezclas que sólo se atreven a hacer en estas islas, y ante las que no queda más remedio que rendirse cuando las pruebas.

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Lo quiero todo. / AINHOA GOMÀ

Established Coffee: cafés con barba

El café es el nuevo gin tonic, el nuevo pan casero o la nueva cerveza artesana, y Belfast no ha permanecido al margen de la oleada marrón. El lugar donde se rinde culto a esta bebida como si fuera el elixir de la eterna juventud es Established, un local hipsterosísimo en cuyas mesas compartidas se congregan estudiantes, modernos y barbudos desde diciembre de 2013. Su bollería, sus sandwiches y sus brunches también incitan al pecado.

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El Established y su barbudo dueño, Mark Ashbridge. / AINHOA GOMÀ

Commercial Court: el callejón del pub

En la microscópica Commercial Court se encuentra uno de los pubs con más casta de Belfast, The Duke of York, pero es el propio callejón y su loa decorativa al bebercio la que es un espectáculo. Si tienes la suerte de que no llueva -y doy fe de que eso ocurre a veces en Irlanda-, mola tomarse las pintas fuera o ver la galería de murales del patio del Duke; si jarrea, no es ningún drama, porque los espectaculares interiores ofrecen distracción para rato. Otro aliciente: en el barrio (Cathedral Quartet) no faltan los sitios para comer y saciar la hambruna poscervecera.

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La calle de las pintas. / AINHOA GOMÀ

Abernethy: la mantequilla de los dioses

La vida de Will Abernethy cambió el día en que una mujer de unos 90 años se acercó al puesto del mercado local donde el granjero hacía una demostración de cómo elaborar mantequilla. “Hijo, déjame enseñarte cómo se hace”, le dijo la anciana. Agarró dos palas de madera, aplanó un trozo y formó un rulo perfecto de masa amarilla. Esta presentación es la seña de identidad de Abernethy, una premiada mantequilla 100% artesana que sólo se vende en este formato y que se consume en restaurantes tan ilustres como el The Fat Duck de Heston Blumenthal. Para probarla, te puedes ir de excursión a ver a Will y a su mujer Allison a su granja de Dromara, a media hora en coche de Belfast, o la puedes comprar en Sawers, donde también venden su versión ahumada.

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Una mantequilla de otra galaxia. / AINHOA GOMÀ

Mourne Seafood Bar: una escuela para comer pescado

La apuesta del Mourne Seafood Bar fue arriesgada: a pesar de vivir en una isla, los norirlandeses no se distinguen por su afición al pescado y al marisco. Sin embargo, su dueño, un ex cultivador de ostras, pensó que había un hueco para esta clase de restaurante en Belfast, y acertó. Ya tiene otros cuatro locales por toda Irlanda con la misma fórmula educativa: producto excelente y platos sencillos que respetan el sabor original del mismo. Las ostras son brutales, y los calamares fritos se deberían de enseñar en más de un bareto español.

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