Las críticas sobre “El viento que agita la cebada”

Mientras este blog está preparando su propia crítica de la película “El viento que agita la cebada” (‘The wind that shakes the barley’), vamos a repasar lo que ha dicho sobre ella la crítica cinematográfica (y también la crítica política) en su país. Aunque inicialmente el interés comercial en Gran Bretaña con respecto a esta película era mucho más bajo que en otros países europeos, como viene ocurriendo con la mayor parte de las películas de Ken Loach (sólo 30 copias de la película frente a las 300 en Francia, por ejemplo), sin embargo, tras la concesión de la Palma de Oro de Cannes, la película definitivamente se ha estrenado en 105 pantallas británicas.

En Gran Bretaña, la película ha recibido una reacción muy hostil por parte de los comentaristas políticos de derechas. Algunos de ellos la atacaron antes de verla. La calificaron como “una venenosa corrupción antibritánica de la historia de la guerra de la independencia irlandesa” (Tim Luckhurst, ‘The Times’) o “un retrato de los británicos como sádicos y de los irlandeses como románticos luchadores de la resistencia idealista que recurrieron a la violencia sólo porque no había forma de hacerse respetar» (Ruth Dudley Edwards, ‘Daily Mail’). Resulta evidente que no la han visto, porque ignoran completamente la parte de la película que aborda la nueva situación tras el Tratado.

Sin embargo, la reacción de los críticos de cine, en contraposición a los comentaristas políticos, ha sido por lo general extremadamente positiva. La crítica del derechista ‘Daily Telegraph’ la describe como “un drama valiente e impactante” y añade que Loach forma parte de “una noble y muy inglesa tradición disidente”.  El crítico de cine de ‘The Times’ dice que la cinta muestra a Loach “en su mejor creatividad” y le da 4 de 5 estrellas.  El ‘Daily Record’ de Escocia le da también una valoración positiva (4 sobre 5 estrellas), describiéndola como “ una historia dramática que provoca opinión y atrapa, y que, al menos, estimula al público a preguntarse sobre lo que pasa por debajo de los polvorientos libros de historia”.

Por su parte, la película ha sido criticada en la prensa irlandesa por retratar la guerra de la independencia como una sublevación comunista/socialista en lugar de nacionalista.

¿Y la prensa española? En resumen, podemos decir que se valora la película como bien hecha, aunque se critica el estilo politizado, pedagógico o incluso maniqueo del director. A continuación podéis leer los comentarios de E. Rodríguez Marchante (del conservador ABC) y de M.T. (del progresista EL PAÍS).

Ken Loach, el agitador
(E. Rodríguez Marchante, ABC)

Ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes; sin duda, una sorpresa. «El viento que agita la cebada» es una película impecable, siempre y cuando sea Ken Loach quien la haya firmado, pues lleva impreso su estilo seco pero también maniqueo hasta casi lo impúdico; tan comprometido con la mirada de su autor que renuncia por completo a desviar ni un milímetro la vista.
Dos aspectos resaltan de esta historia sobre la lucha independentista de Irlanda: la primera es que los ingleses, o sea, todos los ingleses sin excepción, son unos psicópatas que disfrutan haciendo daño a los demás, que violan, matan y torturan sólo para divertirse; y así se les retrata en todas las escenas en que aparecen. El segundo aspecto resaltable es algo más profundo y mejor trabajado, pues contiene todo ese material eterno de las grandes tragedias: la traición, la lucha, los principios, el desencanto, el sacrificio…, naturalmente del único lado que se contempla y se explora: la resistencia del IRA a la ocupación británica.
Loach sitúa la acción en un ambiente campesino y hacia 1920, inmediatamente antes del tratado anglo-irlandés suscrito por Michael Collins. Y la enfoca en dos hermanos, que encarnan los vaivenes y culebreos de la «acción revolucionaria». En términos generales, «El viento que agita la cebada» es lo que se suele denominar una película fría, no tanto por la temperatura de sus personajes o sus acciones, que son una olla hirviendo, sino por el modo severo con el que trata a sus personajes, incluso los más cercanos. Esta frialdad o severidad queda impresa en escenas profundamente violentas, como la del insoportable ajuste de cuentas al indefenso jornalero que los traiciona, o la del soldado que los salva de la prisión por problemas de conciencia, o esa otra que ya es habitual en el cine de Loach en la que de forma aparentemente repentina se celebra una asamblea en la que se discuten, como a espaldas del guión, asuntos profundamente ideológicos.
Son bien conocidos tanto Ken Loach como su cine, y a nadie debería de pillar por sorpresa ni su punto de vista ni el modo de reflejarlo. Tampoco, la solidez de su puesta en escena o su intensidad narrativa y el buen gusto general en el aliño, desde la música a los tonos y las interpretaciones siempre sorprendentes. Una película sólo lastrada por el propio lastre de su director, incapaz de que no se le convierta en caricatura su dibujo de la opresión, de la resistencia, de la política y de los sentimientos e ideología.

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“El viento que agita la cebada”
(M.T., El País)

Sorpresiva Palma de Oro en Cannes 2006, incardinada en la trayectoria anterior de Ken Loach (el tratamiento de la historia no es muy diferente al de Tierra y libertad, por ejemplo; y su reflexión sobre las revoluciones traicionadas es el mismo), El viento que agita la cebada, hermoso título tomado de la letra de una canción popular, es una película que, durante su primera hora y media, parece estar hablando de una cosa para, de golpe, desembocar en otra. Concretamente, en la pérdida de los sueños de un revolucionario irlandés, Damien (el brillante Cillian Murphy), para quien la independencia de su país, decididamente, no cuadra con los fríos datos de la realidad.
Sin ahorrar al espectador ninguna tropelía (el filme ha sido duramente recibido por algunos sectores de opinión ingleses), lo que vemos es cómo, en la Irlanda de 1920, se cumplía la lógica revolucionaria de la espiral acción-represión: los ingleses reprimen a los irlandeses, éstos se organizan y atacan a los que consideran ocupantes de su país, y así hasta la lucha final.
En esta primera parte, vemos la conversión del médico Damien de un profesional a punto de irse a Inglaterra en un hombre de acción, un nacionalista y un revolucionario. Centrada en un pueblo pequeño, en el que todos se conocen, para bien y para mal, la película es la perfecta explicación, a veces hasta demasiado pedagógica, de qué ocurre cuando se toma la senda de la violencia para alcanzar un objetivo político. Pero Loach no critica la violencia (es más, ésta se antoja lícita frente a la brutalidad del ocupante; y esa lectura es la que molesta, porque parece estar legitimando ese ayer en el hoy de Irlanda del Norte), sino que se limita a ponerla en acción y dejar que sea el espectador quien tome nota de sus enseñanzas.
Pero es justamente en el tercio final, cuando se muestran las desavenencias trágicas en las filas del triunfante nacionalismo, cuando verdaderamente Loach enseña sus cartas: en el bíblico enfrentamiento de los dos hermanos antes camaradas de armas, ahora enemigos, se expresa una revolución que no fue, la de clase; y ahí el director está inexcusablemente junto a su protagonista. Podrá gustar más o menos, pero lo cierto es que resulta perfectamente coherente con la trayectoria anterior del director británico; y su final descarnado y terrible deja un poso de amargura que tiene el mismo olor que la tumba de todos los sueños.

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